Por Yarilina Rodríguez
Hace ya un mes que se dio inicio a la protesta del gremio docente en toda Venezuela, desde el 9 de enero los maestros se vuelcan a las calles a manifestar su descontento e insatisfacción por los bajos salarios que devengan; los pagos de las utilidades en forma fraccionada que se comenzaron a recibir desde octubre causó más mal que bien, en una Venezuela donde la hiperinflación sin precedente se devora los sueldos en bolívares; y pasó lo que predecía cualquier aprendiz de economía: al llegar noviembre el mismo monto de pago cancelado no cubría los costos del mes de octubre y menos los de diciembre, la fracción del aguinaldo pagado por el Ministerio de Educación a sus trabajadores había sufrido una pérdida considerable frente al dólar, lo que obviamente impactó en la economía doméstica de los maestros, personal administrativo y obreros.
Los hechos anteriores fueron caldo de cultivo para que se lograra una fuerza cohesionada que derivó en las grandes marchas de protestas en todo el territorio nacional en contra de los salarios de hambre de profesores y personal de educación; quedó demostrado con estas manifestaciones un clamor expresado por maestros pero que es el sentir de padres, madres, representantes y estudiantes venezolanos; salir a la calle otorgó al gremio docente apoyo y empatía de la Asamblea Escolar en pleno, observándose como los representantes son los principales defensores del docente ante directores, circuitales, zona educativa y colectivos políticos como son las UBCH.
Ha sido admirable la comprensión, apoyo e incorporación de los representantes y alumnos a la lucha del gremio, el entendimiento en las Asambleas a llevado a los padres a decidir no enviar a las escuelas a los niños todos los días sino a realizar horarios de contingencias. Esto evidencia un conocimiento muy profundo de las penurias y miserias que padecen los maestros de sus hijos, las madres y padres viven de cerca, están cercanos, son parte de la comunidad educativa. El patrono, en cambio se muestra indolente y se aferra a cualquier argumento para someter, oprimir y obligar al profesorado a permanecer en las aulas de clase por un salario que no se correlaciona con la canasta alimentaria y mucho menos alcanza para tratamiento médico ni servicio alguno.
Al gobierno se le agota cada día más los argumentos para no anclar los sueldos y salarios al dólar o al Petro. El discurso de “la guerra económica”, ya no convence ni a propios ni a extraños, así como tampoco los discursos de diputados y jefe de Parlamento aprobando leyes que buscan atemorizar y con ello conseguir el quiebre de la lucha gremial docente; aún de este modo los maestros se mantienen firme a un reclamo que representa la justicia donde se ve retratada a la sociedad del país.
No se puede pronosticar a ciencia cierta cuáles van a ser los logros de las manifestaciones de lucha por reivindicaciones salariales de los maestros venezolanos, lo que sí es cierto, es que con ella se ha demostrado el descontento social de una nación catapultada en la pobreza y miseria por un gobierno que perdió la capacidad de gerenciar políticas socioeconómicas, primero por ineptitud intrínsecas, segundo por la alta tasa de corrupción que ha corroído el arca monetaria así como sus ingresos y tercero por falta de voluntad gubernamental, ante lo inminente, admitir el fracaso del Socialismo del siglo XXI. En este panorama solo resta esperar y confiar que la presión de un pueblo en pleno tendrá efectos favorables.