Una maestra llamada Lourdes se quedó mirando con tristeza la pizarra vacía y polvorienta de su salón de clases.
Soñaba con enseñar a sus estudiantes la historia de su país, la importancia de la democracia y la belleza de la literatura. Pero la realidad era dura: su salario, cada vez más reducido, no le permitía brindarles la educación de calidad que ellos merecían.
Para poder sobrevivir, Lourdes tuvo que aceptar limpiar la casa de una amiga dos veces por semana. Mientras fregaba los platos, su mente viajaba a las palabras de Paulo Freire, un pedagogo brasileño que hablaba de la “democratización de la desvergüenza”. Freire describía cómo la corrupción y la falta de ética se habían normalizado en su país, y Lourdes veía paralelismos inquietantes con la situación en Venezuela.
Recordaba claramente el día en que un diputado anunció que habían desaparecido más de 23 mil millones de dólares de PDVSA. Esa cantidad hubiera sido suficiente para un Contrato Colectivo con salario digno de $600 mensuales, con sus primas y el HCM.
Lourdes pensaba en cómo esas palabras resonaban en su mente cada vez que veía a sus colegas luchar para llegar a fin de quincena, o cuando escuchaba historias de maestros que abandonaban la profesión porque no podían sobrevivir con sus salarios.
Las palabras de Freire se repetían en su cabeza: “La democratización de la desvergüenza se ha adueñado del país; la falta de respeto a la cosa pública y la impunidad se han profundizado y generalizado”.
Lourdes comenzó a entender a Freire, cuando dijo que: “No existe gobierno que permanezca verdadero, legítimo, digno de fe, si su discurso no es corroborado por su práctica, si apadrina y favorece a sus amigos, si es duro solo con los opositores y suave y ameno con los correligionarios”.
Lourdes guardó la escoba y se sentó en una silla, la mirada perdida en la penumbra. Se sentía cansada, pero no derrotada.
Sabía que muchos de sus colegas compartían su frustración y su esperanza. Y aunque el camino es largo y difícil, está decidida a seguir luchando.
Al día siguiente, Lourdes llegó a la escuela con una energía renovada. Miró a sus estudiantes y sonrió. Sabía que no sería fácil, pero también sabía que no estaba sola.
Durante la clase, les habló de la importancia de la solidaridad y de la lucha por la justicia. Les contó la historia de Nelson Mandela, de Martin Luther King, y de tantos otros que habían luchado por sus derechos.
Al finalizar la clase, uno de sus estudiantes levantó la mano. “Profesora, ¿qué podemos hacer nosotros para ayudar?” Lourdes sonrió y le dijo: “Ustedes son el futuro, y su voz es poderosa. Pueden escribir cartas, crear videos, hablar con sus familias y amigos. Juntos podemos hacer un cambio.”
La semilla de la esperanza había sido sembrada y no podía ser arrancada. Lourdes, con su dedicación y espíritu inquebrantable, se convirtió en un faro de esperanza para sus estudiantes y sus colegas, demostrando que la lucha por un futuro mejor siempre vale la pena.